
LA NIÑA QUE SUSURRABA COLOR A LOS CUENTOS
Si echo la vista atrás, mi primer recuerdo con la ilustración no es en una academia, sino a solas, con un cuento entre las manos.
Crecí en una época en la que los libros infantiles no eran como ahora. La mayoría de las ilustraciones eran en blanco y negro, llenas de silencios visuales. Y yo, con un lápiz de color rojo y una delicadeza casi secreta, me dedicaba a darles un puntito de vida. Pintaba unos labios, una flor, un detalle mínimo.
No quería invadir la historia, solo quería asegurarme de que la emoción que yo sentía al leerla se pudiera ver.
Esa niña que quería pintar el alma de los personajes me acompañó siempre. Me llevó a estudiar Bellas Artes, a soñar con ser pintora de grandes cuadros, pero al final, me trajo de vuelta al mismo lugar:
Esa niña que quería pintar el alma de los personajes me acompañó siempre. Me llevó a estudiar Bellas Artes, a soñar con ser pintora de grandes cuadros, pero al final, me trajo de vuelta al mismo lugar:
a la magia de contar historias en el espacio íntimo de una página.
Comprendí que mi verdadera pasión no estaba en los lienzos enormes, sino en esos pequeños detalles que lo cambian todo.

EL LARGO CAMINO DE VUELTA A CASA (y a mí misma)
Pero el camino para aceptar esa pasión no fue una línea recta. Durante años, me sentí como esa niña que pintaba a escondidas. La inseguridad y una timidez que a veces me paralizaba me hicieron creer que lo que yo hacía no era “suficientemente bueno”, que mi enfoque, tan emocional y sutil, no era válido.
Me comparaba constantemente, buscando fuera una aprobación que no sabía darme a mí misma. Y así, muchas de mis ideas y dibujos se quedaron guardados, esperando un permiso que nunca llegaba.
Fue un proceso largo, un viaje de muchos años y muchos proyectos, el que poco a poco me fue dando la seguridad que necesitaba.
Cada vez que una clienta me decía “has dibujado justo lo que sentía”, cada vez que veía la ilusión en los ojos de una escritora al ver a su personaje cobrar vida, una pieza dentro de mí se iba colocando en su sitio.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA AVENTURA ILUSTRADA
Fue trabajando mano a mano con otras mujeres, la mayoría escritoras noveles llenas de sueños y de los mismos miedos que yo había sentido, cuando todo cobró sentido.
Me di cuenta de que ilustrar un cuento o un recuerdo no era un servicio, era un viaje compartido. Un viaje que empezaba con una idea frágil, atravesaba un camino lleno de emociones, dudas y descubrimientos, y culminaba en algo real, en una obra que podías sostener en tus manos sintiendo el orgullo de haberla creado.
A ese proceso lo llamé Aventura Ilustrada®.
Porque la vida es una aventura, y la creación es su reflejo más hermoso.
Es un viaje donde te acompaño como guía, asegurándome de que te sientas segura, escuchada y protagonista en cada paso del camino.
Mi misión es sencilla: ayudarte a que esa idea que atesoras, esa emoción que te mueve, se haga realidad.
Quiero ser la ilustradora que a mí me hubiera gustado encontrar en mis momentos de mayor duda: una que no solo dibuja, sino que escucha, que entiende y que celebra tu historia como si fuera la suya

Si has llegado hasta aquí, es probable que tú también tengas una historia esperando para ser contada.
Me encantaría ser tu compañera de viaje.